sábado, 13 de marzo de 2021

La fama es una suma de malentendidos

La Fama

A todos nos gusta que reconozcan nuestros méritos, sentirnos importantes pero inconscientemente tememos la fama, quizás porque sabemos que esta es efímera y que de un momento a otro seremos derribados sin piedad

Si hacemos algo para nosotros importantes, el gran publico, que es finalmente quien nos juzga justa o injustamente, lo reconoce y nos hace  sentirnos bien con nosotros mismos. La fama, que desde lejos nos atrae, nos gusta porque reconoce nuestra valía, pero a medida que el tiempo pasa se convierte en una carga. Porque al final la misma gente que nos ha hecho famoso, viola nuestra intimidad, quiere saber todo de nosotros, lo que no sabe se inventa y nosotros, como todos los mortales, tenemos derechos a ser uno mas en el mundo, a reservar nuestra intimidad. Porque la vida privada es privada

Puede que después, quizás por el cansancio de la novedad, o porque duda sobre nuestro comportamiento, el gran publico que nos hizo creernos importantes, nos derriba de nuestro pedestal.  Porque la fama es efímera y tal como viene se va, como ya ha ocurrido en muchas ocasiones. Al final nos preguntamos que hicimos para ser famosos, por que nos señalaron con el dedo y estábamos en boca de todo el mundo, por que crearon a nuestro alrededor un aurea que nos sobreestimaba, nos hacia diferente al mundo

Pero ¿qué es la fama? Tener algún renombre, que la gente nos recuerde por algo, ya sea por algo bueno o por algo malo. Porque no se puede olvidar que la fama puede ser positiva y negativa. Hay artistas, en cualquiera de sus campos, famosos, pero el reconocimiento les llego tarde y a otros les llega enseguida. Otros son famosos por hacer algo nada convencional o por actuar al margen de la ley. También puede pasar que seamos famoso por algo diferente a lo que hacemos, a lo que nos dedicamos, porque la gente ha reparado en nosotros cualquier detalle en que para nosotros no significaba nada



Texto de 2015

martes, 2 de marzo de 2021

El Mito de Narciso




En la mitología griega, según Ovidio en La Metamorfosis, Narciso, hijo de la ninfa Liríope de Tespias y del dios fluvial Cefiso, era un joven de una apariencia hermosa y llamativa. Liríope, preocupada por el bienestar de su hijo, decidió consultar al vidente Tiresias sobre el futuro de su hijo. Tiresias le dijo a la ninfa que Narciso viviría hasta una edad avanzada mientras nunca se conociera a sí mismo. Las doncellas se enamoraban de Narciso, pero éste las rechazaba. Entre las jóvenes heridas por su amor estaba la ninfa Eco, que había disgustado a Hera y por ello ésta la había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. Un día, mientras Narciso estaba cazando ciervos, la ninfa Eco siguió sigilosamente al hermoso joven a través de los bosques, ansiando dirigirse a él y declararle su amor,  pero no podía hablar. Narciso escucho unos pasos detrás de él y preguntó ¿Quién esta ahí?
Eco como solo podía repetir la última palabra de lo que los otros decían, solamente decía Ahi, ahí. Narciso le gritó: ¡Ven! Pero ella no se dio a conocer. Y continuaron hablando así, hasta que la ninfa se mostró y saliendo de entre los árboles con los brazos abiertos, intentó abrazar a su amado. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, desesperada, se retiró a un lugar solitario, donde adelgazó tanto, que de toda su persona sólo quedó una voz, que es lo que se conoce como eco
Las doncellas despreciadas por Narciso clamaron venganza al cielo. Némesis, diosa de la venganza, escucho estos ruegos y para castigar a Narciso por su engreimiento, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en un arroyo (en otras versiones es una fuente). En una contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas donde se ahogó. Cerca del arroyo creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.
Según los griegos, concretamente en la Descripción de Grecia o Guía de Grecia, escrito por el geógrafo e historiador Pauanias en el siglo II y el Papiros de Oxirrinco, descubiertos desde 1897 por los arqueólogos Bernard Pyne Grenfell y Arthur Surridge Hunt, se trata una historia moral en la que el orgulloso e insensible Narciso es castigado por los dioses por haber rechazado a sus pretendientes. Se cree que es una historia moralizante dirigida a los adolescentes griegos de la época.
La versión griega de la leyenda era sensiblemente distinta. En ella se decía que Narciso era un habitante de la ciudad de Tespias. Era joven y muy bello, pero despreciaba los placeres del amor. Estaba enamorado de él un joven llamado Aminias, pero él no le correspondía; lo rechazaba constantemente y acabó enviándole una espada como presente. Aminias, obediente, se suicidó con el arma ante la puerta de de Narciso; pero al morir pidió la maldición de los dioses contra su cruel amado. Un día en que el joven se vio en una fuente, enamoróse de sí mismo y, desesperado ante su pasión, se suicidó. Los habitantes de la ciudad tributaron un culto al Amor, cuyo poder quedaba patente en esta historia. En el lugar en que se había suicidado Narciso y donde la hierba había quedado impregnada con su sangre, nació una flor: el narciso.
Durante el Helenismo, circulo una tercera versión en que se dice que otra mujer que también había sido rechazada por Narciso, en un acto de celos al verlo hablar con otra mujer que parecía cercana a él, rezó a la diosa Némesis para que lo castigara. En otras versiones se dice que Narciso es atormentado en el Inframundo contemplando un reflejo que no corresponde a su amor.