Con motivo del centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, he escrito este articulo, con el cual tan solo pretendo mostrar como la lectura
puede ser útil en cualquier extremo en el que estemos. En esa época histórica
en la que al hombre le rondaba la muerte, el horror y la destrucción, encontraba consuelo en la lectura
Cualquier libro o texto que proporcionarse diversión
o entretenimiento, era devorado por los soldados. La American Library
Association (ALA) (Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos),
creada en 1876 con la misión proporcionar el liderazgo para el
desarrollo, la promoción y la mejora de las bibliotecas y servicios de
información y profesionales de las bibliotecas, con el fin de mejorar el
aprendizaje y garantizar el acceso a la información para todos, fundó en 1917 la Library War
Service para dar respuesta a esta demanda de lectura. La Library
War Service creó 36 bibliotecas en campamentos militares, distribuyendo tanto
libros como revistas
Pero no todos los países
consiguieron movilizar y distribuir tantos libros como otros. Se sitúan a la
cabeza Alemania y Reino Unido que enviaron al frente cerca de millones de
libros, pero países como Francia, Austria, Italia o Rusia, se quedaron por detrás.
Los libros llegaban vía donaciones, a veces de países aliados a los dos bandos,
de los propios habitantes que Vivían en la zona del conflicto. Era un acto de
solidaridad e incluso entre algunos de estos libros se insertaban mensajes de ánimo
o apoyo a los soldados
Los soldados leían sobre todo ficción.
En los frentes alemanes no se podían leer novelas eróticas ni historias pesimistas
ni nihilistas y las novelas de misterio estaban desaconsejadas. Detrás de los
libros de ficción, venían los técnicos, las gramáticas tanto de la lengua
materna como la del país en que estuviesen, los textos religiosos y por último
las revistas ilustradas. Durante la Primera
Guerra Mundial, Herbert Francis Brett- Smith creo lista de lectura para
soldados herido. A quienes sufrían estrés postraumático (neurosis de guerra,
como se llamaba entonces) les animaba a leer a Jane Austen. Los libros de esta
autora eran leídos por los soldados en las trincheras. En 1926, Rudyard Kipling
escribió un relato titulado The Janeites, en el que cuenta
como un excombatiente de la guerra entraba a formar parte de una hermandad
secreta de soldados unidos por amor a Jane Austen
En las trincheras, la lectura era una
forma de evadirse, de sobrevivir, ya que recordaba el mundo que había fuera de
la batalla. Para los prisioneros de guerra, la lectura es una de las pocas
cosas que podían hacer. Era casi una recomendación terapéutica
Extraídos de los artículos:
- Las bibliotecas de batalla de la I Guerra Mundial, por Raquel C. Pico (Libropatas)
- El remedio para la neurosis de guerra: una novela de Jane Austen a la semana, por Ana Bulnes (Yorokobu)
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